A los santos les rendimos culto de dulía o veneración; y la Iglesia nos recomienda este culto como justo y saludable. Este culto es lógica consecuencia del dogma de la comunión de los santos. En efecto, si nos podemos comunicar con los bienaventurados del cielo ¿porque no honrarlos? ¿porqué no invocar su patrocinio?
Los santos que están en el Cielo,
a quienes verdaderamente rezamos y honramos (sus imágenes, son un simple recordatorio como las fotos de
nuestros abuelos –no creo que alguien crea tener a su
abuelo encerrado en un álbum–) no son mudos, pues el
libro del Apocalipsis, cuando habla de los santos que asisten
al trono del Cordero, dice que ellos cantan un cántico
nuevo delante del trono (cf. Ap 14,3). Y se
puede leer su hermoso cántico en Ap 19,6-8.
La veneración singular a
María (veneración que, para distinguirla de la que reciben los
demás santos se denomina “de hiperdulía”, mientras que la veneración
u honra que se tributa a aquéllos se denomina “dulía”,
y el culto propio de Dios “latría”) está profetizada por
el mismo Evangelio; San Lucas pone en boca de María
en casa de Isabel: en adelante todos los hombres me
llamarán bienaventurada (Lc 1,48). No podemos entender, entonces, por
qué algunos protestantes nos condenan cuando la llamamos “bienaventurada”,
pues no es otra cosa el honrarla o venerarla.
- Latría: se llama así al culto de adoración que le debemos y otorgamos a Dios. Implica un reconocimiento absoluto de nuestra subordinación ante la realidad divina (del griego Latreia, adoración, veneración).
- Dulía: se llama así al culto que tributamos a los santos. Implica una relación entre iguales, por lo tanto no implica ninguna subordinación, sino un respeto y cariño especial a los que nos preceden en la fe y en la salvación (del griego douleia, servidumbre).
- Hiperdulía: es el culto que debemos a la Santísima Virgen María. Como ser humano que es participa del culto de dulía (culto entre iguales) pero elevado a un grado especial en atención a la especial predilección divina por ella y a las gracias extraordinarias que recibió desde su concepción inmaculada.
Estos hombres y mujeres ejercitaron las virtudes de un modo heroico. |
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